Un Hombre Bueno

No sabía qué hacer. Estaba agotado, helado de frío... hacía un rato que ya era de noche y no circulaba ningún vehículo por aquella carretera. Carretera que, como yo, estaba helada también.

Unas horas antes había cruzado el círculo polar ártico, por Rovaniemi, sin ningún problema pero, para recorrer los últimos 100 kilómetros había tardado 3 horas.

Y yo, no sabía qué hacer.

El único hotel que había visto estaba en lo alto de una nevada colina. Imposible subir en moto. Imposible siquiera dejarla junto a la carretera... imposible salir del pequeño surco de asfalto en el que me encontraba.

De vez en cuando varios renos o alces cruzaban la calzada, la congelada calzada, y resultaba realmente complicado frenar la moto o esquivarlos.

En una vaguada vi una gasolinera.

Al llegar comprobé que estaba cerrada… y apagué la moto. Allí, en mitad de la calzada, helada, oscura y solitaria, quité la llave del contacto y, sin bajarme de mi montura, esperé que ocurriera algo porque, yo, no tenía ni idea de qué hacer.

Y allí, sin saber (ni importarme) de dónde llegaba, apareció mi ángel de la guarda. Se acercó con su sonrisa escondida tras un discreto bigote y, en inglés, me increpó:

- Te he visto hoy tres veces y tres veces he pensado que estás loco.

Avergonzado, asentí sonriendo.

Sin necesidad de explicar demasiado le conté que no sabía qué hacer, allí a cuatrocientos kilómetros de Nordkapp a donde pretendía llegar con mi moto aquel maravilloso y frío mes de octubre.

Propuso una solución para la motocicleta y otra para mí.

Entre los dos llevamos la moto, como pudimos, por encima de una enorme placa de hielo hasta aquella gasolinera. Y allí quedó aparcada dispuesta a pasar su noche más gélida. Cogí algunos enseres de mis maletas para la pernocta y me llevó en su furgoneta (con ruedas de clavos) hasta un hotel que se encontraba en las cercanías. Me esperó por si no quedaban habitaciones libres. Sí había.

Después me indicó un pub en el que servían las mejores cervezas de Finlandia y no consintió que le invitara a una.

-Thank you, thank you- le repetía sin parar.

Entonces me di cuenta de que no era justo utilizar las mismas palabras para agradecer que alguien me abra una puerta o me dé el cambio al pagar una cuenta, que para expresar mi sincero agradecimiento a quien, desinteresadamente, me ayudó a salir de tan mayúsculo problema.

Y le dije lo primero que me pasó por la cabeza. O por el corazón:

-You´re a good man, my friend, you´re a good man!

Y aquel ángel de la guarda que me socorrió en mitad de Laponia, esbozó una serena sonrisa y, desapareció.


Ir o no ir, esa es la cuestión



6 de octubre de 2010.



Miro el calendario y veo que tengo unos días libres.
Me fijo en la cartera y veo que tengo algo de dinero.
Tengo una moto.
Decido irme de viaje.
Se me ocurren algunos destinos y me gustan todos. Repaso la libreta en la que anoto aquellos lugares a los que quiero ir algún día: Cabo Norte.
¿Cabo Norte?
No conozco a nadie que haya ido en esta época del año, ¿será porque es imposible? ¿será una casualidad? Indago un poco por internet, pregunto en varios foros si alguien sabe si es posible ir a estas alturas del año. Hago algunas consultas privadas, entre ellas a Gloria, una española que regenta el Artico Ice Bar, en Honningsvag, último pueblo antes de acceder a Nordkapp.
La mayoría de foreros se ponen muy contentos ante la posibilidad de que vaya a pasarlas canutas teniendo frío por media Europa. Hay alguna opinión en contra. Muy pocas pero de peso, gente a la que admiro mucho o que vive en Finlandia… Me fijo especialmente en el correo de Gloria: me advierte que poder, se puede, pero que habrá que tomar muchas precauciones y, después, confiar en el clima. Este octubre está siendo raro, con buen tiempo, pero ésto puede cambiar de un día a otro.
Me compro un mapa de Escandinavia y una guía de viajes.
La moto tiene una revisión recién pasada y neumáticos nuevos.
Me voy a pasar el fin de semana con la familia y termino de decidir que voy a intentarlo, tiene que ser chulo eso del salmón, las auroras boreales, los renos, la nieve y Papá Noel.
El lunes intento actualizar el GPS y me lo cargo.
Intento lavar la moto y un señor de Gales (lavando su coche en bañador) (en octubre) se enfada conmigo porque en las maletas de Simba no luce la bandera de su país. Le digo que estar, he estado, pero no encontré la pegatina. Él me comprará una.
Simba se ha dado cuenta. Cuando la limpio así es porque la voy a ensuciar.
Intento volver a casa y me cae una tormenta del copón. La moto duerme sucia.
Presagios…

La Hispanidad




12 de octubre de 2010
Santa Pola (España)-Nimes (Francia) 990 kms. 20ºC




El día en el que Cristobal Colón llegó a América, yo me levanto temprano y parto rumbo a Nordkapp.
Montado en Simba, abro la puerta del garaje. Me pongo los guantes. La puerta comienza a cerrarse así que adelanto un poco la moto para que la rueda delantera contacte con la célula fotoeléctrica y se vuelva a abrir.

La rueda, en vez de contactar con la célula en cuestión contacta con la puerta. Se cae la moto al suelo.

Voy a hacer 11000 kilómetros y, antes de hacer el primero, la moto ya está tumbada… ¡ay, empezamos bien!





Quito las maletas y la levanto. La moto no sufre desperfectos. La puerta sí...
Al fin, comienza el viaje.

Al llegar a Valencia empieza a llover con mucha fuerza. Pensaba que la famosa agua de Valencia era otra cosa.
Pero no importa, lo había previsto. Bueno, yo no, el hombre del tiempo que ayer comentaba que Valencia y Cataluña estaban en alerta naranja por tormentas.

Doy fe de que acertó, ¡qué manera de llover!

Con la lluvia y las nubes, la temperatura baja drásticamente. No debo llevar el traje bien abrochado y hace aguas. Llevo 300 kilómetros y ya se me ha caído la moto al suelo, voy helado de frío y empapado. Esto promete.

La ilusión de un viaje que comienza hace que lleve los despropósitos con cierto humor y después de unos 300 kilómetros de muchichichísima lluvia, escampa.

Cuando llego a Nimes estoy casi seco. El indicador termómetro ha subido a 24ºC.
Encuentro alojamiento en un F1. Sin lujos pero con todo lo necesario. Leo mi correo. Recibo uno de un forero que vive en Finlandia. Me dice que no se me ocurra subir del paralelo latitud 62º N... agradezco la información pero, a estas alturas, es meridianamente improbable que haga caso.
Me voy a dar una vuelta por la ciudad, tan romana ella.
Mola Nimes.




















Callejeando con la moto, un señor se acerca y me pregunta por el viaje. Habla castellano casi perfectamente. De la conversación deduzco que ha viajado mucho. Me ofrece cena e incluso habitación en su casa.
Por alguna razón que no acierto a entender decido declinar la invitación. Luego me arrepentí de mi poca gratitud. Hubiera sido entretenido.
Solo, volví al hotel.
¡Jo, ya estoy en Nimes!, pensé.
Y me dormí.
Guay